jueves, 19 de enero de 2012

Un microrrelato policiaco.


Sucedió hace unos años. Estaba viendo un partido de fútbol. Me disgusta mucho el fútbol, pero me sirve como tapadera para poder gritar a mis anchas a la gente. Para desgañitarme y dar rienda suelta a mis peores impulsos asesinos reprimidos de ciudadano cívico. El caso es que yo estaba defecando en mi butaca porque eran tiempos duros y no tenía dinero para pagarme un retrete. En ese momento entró mi hijo.

-¿Qué hace, padre?
-Duros. Son tiempos duros y no tenemos dinero para pagarnos un retrete. Le espeté.

Pero la verdad es que él sí tenía dinero. El pequeño rufián había empezado una carrera de éxito como estibador portuario. Y con tan solo 43 años.

-¿Está viendo el partido? Me interpeló súbitamente con ojos suspicaces.

En ese momento clavé mi estulta mirada de policía retirado en el televisor de plasma de 900 pulgadas. Una llovizna de meteoritos estaba cayendo en aquel campo de fútbol de tercera regional senegalés. Pero no eran meteoritos normales, eran meteoritos con forma de jugador de fútbol subsahariano. Un escalofrio recorrió mi escuálido cuerpo de rata. Era la oportunidad que estaba esperando para demostrarle al mundo que aún era policía. Me juré y me perjuré que ese era un caso que iba a resolver como fuera. Entonces mi hijo soltó aquellas palabras:

-Padre, solo ha sido una falta. Cierre la puta boca.

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